Esta vez os transcribo esta entrevista de KARI KUBISZYN KAMPAKIS al psiquiatra Paul Bohn, por su sencillez y , a mi modo de ver, acertados puntos de vista.
Aconsejo aprovechar para hacer una práctica de autoconsciencia ( los que habéis hecho formaciones conmigo ya tenéis experiencia en este tipo de observación ): una lectura consciente , es decir, observando que emociones y sensaciones corporales aparecen al leerlo. Seguramente cuando un punto te indigne o estés en total desacuerdo , es porque "te ha tocado". Vuelve tu mirada hacia ti mismo, con calma, sin juzgar y aprende de lo que veas en ti. Puede que te muestre algo interesante a madurar en ti, quizás de tu infancia, quizás de como educas hoy a tus hijos, quizás una incongruencia entre lo que crees y lo que haces, quizás te descubras protegiendo a tu hijo de algo que te pasó a ti, compensándole por lo que crees que te faltó a ti...
Cuando simplemente no estás de acuerdo con algo , pero no "te toca" no sientes nada especial, no hay aprendizaje profundo ahí para ti, pero cuando te incomoda de verdad, no te enfades con la opinión, cuídate de atender el porqué eso ha despertado un enfado en ti, ahí está un aprendizaje muy valioso.
"Los hijos son el mejor espejo para que los padres aprendan sobre sí mismos y maduren"
Cuando iba a ser mamá por primera vez, me
dieron un montón de consejos. Pero, hasta hace unos pocos años, no hubo nadie
que me comentara que querer a un niño significa querer lo mejor para él a largo
plazo.
Cuando mis cuatro hijas eran pequeñas, el
largo plazo no entraba en mis planes. Lo único que importaba era sobrevivir,
cubrir las necesidades diarias y evitar que nos llegara el agua al cuello.
Sin embargo, ahora que mis hijas están
madurando, parece que la niebla va despejándose. Ya no soy una advenediza, sino
una adoctrinada más del club. Lo bueno que tiene esta fase es que mis hijas
ahora quieren pasar más tiempo conmigo. Tenemos conversaciones reales que
revelan una personalidad poderosa. Lo de que duerman toda la noche del tirón
también ayuda. Puedo pensar las cosas con coherencia y tomar mejores decisiones
sobre su educación.
Ahora, tengo más en cuenta la idea de a largo
plazo. Pienso en el tipo de personas adultas en las que espero que mis hijas se
conviertan, y para eso, siempre me pregunto: "¿Qué puedo hacer hoy para
fomentarlo?". Ser consciente de su futuro ha cambiado mi paradigma como
madre, porque lo que hacía felices a mis hijas cuando tenían 10 o 15 años no es
exactamente lo mismo que las hará felices con 25, 30 o 40 años.
Hace tiempo, me topé con algunos artículos y
libros interesantes que examinaban lo que los psicólogos observan en la
actualidad: cada vez más veinteañeros están deprimidos y no saben por qué.
Estos jóvenes adultos afirman que su infancia fue espectacular. Sus padres son sus
mejores amigos. Nunca han experimentado una tragedia en sus vidas ni nada que
se salga de cualquier decepción habitual. Pero, por alguna razón, son
infelices.
Una de las razones que se dan es que los
padres de hoy en día se precipitan enseguida. No queremos que nuestros hijos se
caigan, por lo que, en vez de dejarles que experimenten la adversidad, les
allanamos el camino. Apartamos cualquier obstáculo con tal de hacerles la vida
más fácil. En cambio, la adversidad forma parte de la vida, y nuestros hijos
tendrán que enfrentarse a ella si queremos que desarrollen habilidades que
serán necesarias para que continúen su camino. Así que, aunque parece que les
estemos haciendo un favor, en realidad les estamos obstaculizando el camino, su
crecimiento. Estamos anteponiendo las recompensas a corto plazo sobre el
bienestar a largo plazo.
"Tus hijos no tendrán éxito gracias a lo
que hayas hecho por ellos, sino gracias a lo que les hayas enseñado a hacer por
sí mismos". Ann Landers
En un artículo se menciona que muchos decanos
utilizan el apodo de "tazas de café" (por su fragilidad ante
cualquier contratiempo) para referirse a los chicos recién llegados a la
universidad. La pregunta es la siguiente: "¿Acaso estamos impidiendo que
nuestros hijos sean felices de mayores por el hecho de protegerles de la
infelicidad cuando son pequeños?".
Esta es la respuesta del psiquiatra Paul Bohn:
Muchos padres hacen lo que sea con tal de
evitar que sus hijos sufran cualquier tipo de incomodidad, ansiedad o
decepción; cualquier cosa poco agradable. Y, como consecuencia, cuando se hacen
adultos y experimentan las frustraciones normales de la vida, piensan que el
mundo se les viene encima, que hay algo que va mal, muy mal.
Estoy compartiendo esta información con
vosotros porque creo que tiene mucha relevancia en esta época de
sobreprotección parental. Aunque me parece muy bien que los padres de hoy en
día se impliquen más en la vida de sus hijos, esta implicación no debería extralimitarse.
Lo que a veces se define como señal de ser buen padre puede resultar nocivo
para nuestros hijos cuando pase un tiempo. Es necesario que seamos conscientes
de ello; si no, estaríamos complicando sus vidas aunque nuestro fin sea justo
lo contrario.
Mi filosofía favorita sobre la paternidad dice
así: "Prepara a tu hijo para el camino, no el camino para tu hijo".
Dicho esto, he elaborado una lista con los
diez errores más comunes que cometen los padres en la actualidad (incluyéndome
a mí). No tengo la intención de señalar con el dedo a nadie, sino de que la
gente tome conciencia. Lo que se inculca en nuestra cultura no siempre es lo
mejor para nuestros hijos.
Error nº 10: Adorar a nuestros hijos.
Muchos
de nosotros vivimos en comunidades que se desviven por los hijos. Los estamos
criando en hogares completamente centrados en ellos. A nuestros hijos les
encanta, claro está, porque nuestras vidas giran en torno a ellos. A la mayoría
de nosotros tampoco nos importa, porque su felicidad es la nuestra. Nos
entusiasma hacer cualquier cosa por ellos, comprarles cosas, cubrirles de amor
y de atenciones.
No obstante, creo que es importante tener en
cuenta que nuestros hijos han sido creados para ser amados, no idolatrados. Por
tanto, cuando les tratamos como si fueran el centro del universo, creamos un
falso ídolo. En vez de un hogar centrado en los niños, deberíamos intentar
centrarnos más en el amor. Así, nuestros hijos se sentirán queridos, pero
entenderán que en el amor, el altruismo va por encima del egoísmo.
Error nº 9: Creer que nuestros hijos son
perfectos.
Una cosa que suelo oír de los profesionales que trabajan con niños
(orientadores o maestros) es que los padres de hoy en día no quieren oír nada
negativo sobre sus hijos. Cuando se menciona la palabra preocupación, o
problema, la reacción suele ser atacar al mensajero.
La verdad a veces duele, pero cuando
escuchamos con la mente y el corazón abiertos, nos mostramos dispuestos a
mejorar. Así, podremos intervenir antes de que la situación se nos vaya de las
manos. Es más fácil tratar a un niño problemático que reparar a un adulto
destrozado.
Una psiquiatra del centro médico Children's of
Alabama me contó hace poco que en la depresión adolescente, resulta clave
intervenir con rapidez, puesto que se puede actuar sobre la trayectoria de la
vida de un niño. También me dijo que este es el motivo por el que disfruta de
la terapia de niños y adolescentes, pues los niños son resilientes, y es mucho
más fácil intervenir de forma efectiva cuando aún son jóvenes, ya que cuando el
problema continúa durante muchos años se incorpora como parte de la identidad
de la persona.
Error nº 8: Vivir a través de nuestros hijos.
Los padres nos sentimos muy orgullosos de nuestros hijos. Cuando consiguen
algo, nos hace más felices que si lo hubiéramos conseguido nosotros mismos.
Lo cierto es que si nos implicamos demasiado
en sus vidas, nos resultará más complicado ver dónde acaban ellos y dónde
empezamos nosotros. Cuando nuestros hijos se convierten en una extensión de nosotros,
puede que los veamos como nuestra segunda oportunidad. Pero, no se trata de
ellos, sino de nosotros. Llega un momento en el que su felicidad empieza a
confundirse con la nuestra.
Error nº 7: Tratar de ser el mejor amigo de
nuestro hijo.
Cuando le pregunté a un sacerdote cuál era el mayor error que
cometen los padres, estuvo pensándolo un momento y luego contestó: "El
problema ocurre cuando los padres dejan de ser padres y no son capaces de
asumir sus responsabilidades, aunque a veces cueste".
Como todo el mundo, quiero que mis hijos me
quieran. Quiero que reconozcan mis méritos y me tengan cariño. Pero si quiero
hacer bien mi trabajo, tengo que aceptar que se enfaden y que a veces no les
gusten mis decisiones. Pondrán los ojos en blanco, se quejarán y desearán haber
nacido en otra familia.
Pero, tratar de ser el mejor amigo de tu hijo
solo puede llevar a una permisividad excesiva, y a que tomes decisiones
desesperadas por temor a no contar con su aprobación. Esto no es amor, sino
necesidad.
Error nº 6: Entrar en una competición por ser
el mejor padre.
Todos los padres llevan algo de competitividad en las venas. Lo
único que necesitan para despertar al monstruo es que otro padre ponga a su
hijo por encima del tuyo.
He oído muchas historias de este tipo que
tienen lugar en patios de colegio; historias de amistades rotas y traiciones en
las que se entrometieron familias completas y la cosa acabó mal. En mi opinión,
el origen se encuentra en el miedo. Tememos que nuestros hijos se queden
aparte. Tenemos miedo de que, si no nos ponemos serios e intervenimos para
pararle los pies a cualquiera, se sumirán en la mediocridad para el resto de su
vida.
Creo que los niños tienen que esforzarse y
entender que los sueños no se cumplen así como así, que para ello tienen que
trabajar y luchar. No obstante, si fomentamos una actitud de ganar cueste lo
que cueste y les permitimos que empujen a otros niños para conseguir ser los
primeros, la cosa se nos está yendo de las manos.
Es verdad que en la adolescencia el carácter
no nos parece tan importante; en cambio, cuando somos adultos, el carácter lo
es todo.
Error nº 5: Olvidarnos de lo maravilloso que
es ser niño.
El otro día descubrí una pegatina de Tarta de Fresa en el
fregadero, lo que me hizo recordar la alegría de vivir con niños.
Llegará un día en que deje de haber pegatinas
en el fregadero. Ya no habrá Barbies en la bañera, ni muñecas en mi cama, ni
Mary Poppins en el DVD. Las ventanas estarán limpias, sin huellas, y la casa
estará tranquila porque mis hijas saldrán con sus amigos en vez de quedarse en
el nido.
Criar a niños pequeños puede ser un trabajo
duro y monótono. A veces, es tan agotador física y emocionalmente que nos
encantaría que se hicieran mayores cuanto antes. Por otra parte, también
tenemos curiosidad por saber cómo será su crecimiento. ¿Cuáles serán sus
pasiones? Como padres, esperamos poder descubrir sus dones, para saber
aprovechar sus puntos fuertes y animarles a que sigan por la buena dirección.
Pero, cuando proyectamos su futuro, y nos
preguntamos si ese gusto por el arte le convertirá en Picasso, o si su voz
melodiosa hará de ella una Taylor Swift, podemos llegar a olvidarnos de
disfrutar de lo realmente bueno: los cuentos de antes de dormir, los pijamas de
una sola pieza, las cosquillas en la tripa y los gritos de alegría. A veces,
nos olvidamos de dejar que nuestros hijos se comporten como niños y disfruten
de su infancia.
La presión sobre los niños comienza demasiado
pronto. Si queremos echar una mano a nuestros hijos, tenemos que protegerles de
estas presiones. Hay que dejar que disfruten y crezcan a su propio ritmo, así
que, en primer lugar, deben explorar sus intereses sin miedo al fracaso y, en
segundo lugar, no tienen que sentirse agobiados.
La infancia es un momento de juegos y de
descubrimientos. Cuando metemos prisa a los niños, les estamos robando una
etapa inocente por la que nunca volverán a pasar.
Error nº 4: Criar al hijo que queremos, y no
al que tenemos.
Como padres, nos creamos una imagen propia de nuestros hijos.
Esta imagen comienza a confeccionarse en el momento del embarazo, antes incluso
de saber el sexo del bebé. En secreto, deseamos que el niño se parezca a
nosotros, pero un poco más inteligente y con más talento. Queremos ser su
ejemplo, y modelar su vida siguiendo el patrón de la nuestra.
Sin embargo, los niños suelen seguir su propio
modelo y, además, desconfiguran los nuestros. Al final, son como nunca los
imaginamos. Nuestro trabajo consiste en descubrir sus dones innatos, y en
tratar de guiarlos por el buen camino. Ante todo, inculcarles nuestros propios
sueños no va a funcionar. Solo si entendemos quiénes y cómo son, podremos tener
un impacto en sus vidas.
Error nº 3: Olvidar que los hechos pesan más
que las palabras.
A veces, cuando mis hijas me preguntan algo, me dicen:
"Por favor, responde en una frase". Me conocen bien, y saben que
aprovecho cualquier lección de la vida diaria y la convierto en un momento de
aprendizaje. Quiero que tengan sabiduría, pero de lo que a veces me olvido es
de que mis ejemplos ensombrecen mis palabras.
Cómo respondo al rechazo y a la adversidad...
Cómo trato a mis amigos y a los desconocidos... Si me peleo con su padre o si
nos apoyamos mutuamente... Ellas se dan cuenta de todas estas cosas. Y mi
actitud les da permiso para comportarse de la misma manera.
Si quiero que mis hijas sean maravillosas, yo
también tengo que aspirar a lo mismo. Tengo que ser la persona que espero que
sean ellas.
Error nº 2: Juzgar a otros padres... y a sus
hijos. Independientemente de lo mucho que difieras en la forma de educar que
tienen otros padres, no es tu misión juzgarlos. Nadie es completamente bueno ni
completamente malo; todos somos un poco de todo, todos luchamos contra nuestros
propios demonios.
Personalmente, tiendo a ser más benevolente
con otros padres cuando yo lo estoy pasando mal. En los momentos en que los
niños me lo ponen difícil, entiendo el comportamiento de muchos padres.
Nunca sabemos por lo que alguien está pasando,
ni cuándo nos veremos en una situación parecida. Aunque, en ocasiones, no
podamos evitar tener nuestros prejuicios, deberíamos controlarlos y tratar de
entender a la otra persona en lugar de llegar a conclusiones precipitadas.
Error nº 1: Subestimar el CARÁCTER.
Si hay una
cosa que espero hacer bien con mis hijos es conseguir que tengan un buen
CORAZÓN. El carácter, la fibra moral y una brújula interna son los cimientos
que forman la base para un futuro feliz y saludable. Esto es más importante que
cualquier boletín de notas o que cualquier trofeo que ganen.
Nadie puede exigir un carácter concreto a sus
hijos, y más teniendo en cuenta que el carácter no significa mucho a la edad de
10 o de 15 años. Los niños a esa edad se preocupan por las recompensas a corto
plazo, pero nosotros, como padres, conocemos mejor la historia. Sabemos que lo
importante con 25, 30 o 40 años no es lo largo que lanzaste una vez un balón o
si fuiste animadora, sino cómo tratas a los demás y qué piensas de ti mismo. Si
queremos fomentar el carácter, la confianza, la fuerza y la resiliencia,
tenemos que dejar que los niños se enfrenten a las adversidades y que
experimenten el orgullo que se siente al salir reforzado de una situación
difícil.
Es complicado ver a nuestros hijos caer, pero
a veces es necesario. En ocasiones, hay que preguntarse si intervenir se
encuentra entre las mejores opciones. Hay un millón de formas de amar a
nuestros hijos, pero, a la hora de buscar su felicidad, conviene ser conscientes
de que a veces la pena a corto plazo será recompensada con creces por los
beneficios en el futuro.
DE, KARI KUBISZYN KAMPAKIS
La versión original de este post apareció en
karikampakis.com
Traducción de Marina Velasco Serrano