domingo, 2 de septiembre de 2012

Sombrero rojo, un cuento que cura.


Avanzada la primavera, en el bosque de Sherpheide, la oruga amarilla comía incansable hojas del árbol Feroe, que eran su alimento preferido, aunque este árbol en concreto, era una poco raro y retorcido, como torturado por mil tempestades , sus hojas tiernas eran deliciosas para la oruga amarilla. Y la oruga comía y comía, nutriendo su cuerpo rechoncho con las jugosas hojas de Feroe. 
Mientras masticaba las hojas, pensaba y pensaba, y masticaba y masticaba, y tragaba y tragaba, y pensaba y pensaba, en que pensarían los animales del bosque su cuerpo rechoncho y amarillo: si gusto a los pájaros me comerán, pensaba, si no gusto a las demás orugas estaré siempre sola, pensaba, si gusto al árbol me dejará comer de sus hojas, claro, que si no le gusto puede que suelte todas sus hojas de repente para que muera de hambre, pensaba, y qué debe pensar de mi el viento, cuando sopla fuerte sobre mi cuerpo amarillo, puede que quiera quitarme de su vista o quizás, le molesta mi manera de andar. Andaré distinto, a ver que pasa, quizás así guste al viento. El otro día, el sol disparó un rayo sobre mi espalda través de las hojas, creo que estaba molesto conmigo por ser amarilla como el, quizás si cambiara mi color no me trataría así, pero no sé como hacerlo. Incluso los gnomos, que dicen amar a todos, me miran con una cara de sorpresa, como si sintieran repugnancia hacia mi, pensaba y pensaba, comía y comía, crecía y crecía, como su árbol, inmersa en sus preocupaciones, y empezó a observar las ramas de su árbol, retorcidas, creciendo sin control en todas direcciones, un sin sentido de ramas cruzadas y retorcidas que comprometían la estabilidad de todo el árbol. La oruga pensaba: quizás es culpa mía, al comer sus brotes tiernos deformo su crecimiento y lo he convertido en un monstruo…claro que también puede que esté simplemente loco y crezca sin pensar, de cualquier manera, por puro desorden, quién sabe, pero lo que es seguro, es que piensa de mi que mi enorme cuerpo amarillo queda feo entre sus ramas, lo noto porqué las hojas que dejo a medio comer se marchitan de puro enfado contra mí…¿qué puedo hacer? Si no gusto a nadie, no puedo hacer nada, puedo comer algunas hojas más antes de que se ponga el sol, al fin y al cabo mi horrible cuerpo amarillo tiene hambre y no puedo hacer otra cosa.


Así que la oruga reptó hasta el extremo de la rama más absurdamente retorcida hasta las hojas más tiernas y sabrosas. Feroe , el árbo,l estaba fascinado por los movimientos suaves y sinuosos de las oruga que acariciaba su corteza con su transitar de un extremo a otro de sus ramas, y lo hubiera disfrutado mucho más de no estar tan angustiado por el tiempo. Todo le daba miedo, el viento, la lluvia, las tormentas, los rayos, la sequía…todo lo que pudiera pasar le preocupaba. Cuando soplaba el viento del norte, frío y huracanado, Feroe hacia crecer sus ramas hacia el sur para que el viento no las dañara. Creía que el sol del mediodía del verano era peligroso para sus hojas tiernas, así que en verano hacía crecer sus ramas hacia abajo, para que no les diera el sol. Las lluvias de otoño le aterraban, pues había oído hablar de árboles que enfermaron por exceso de humedad y los hongos los destruyeron, así que alargaba sus ramas hacia fuera para que el aire pudiera secarlas al parar de llover, el problema venía con la sequía del verano que podía secar sus hojas más externas, así que entonces volvía a crecer hacia adentro para protegerse. Tenía un modo de crecer distinto para cada cosa, para el frío, para el calor, para el viento del norte, del sur, del este y del oeste, para el viento suave y frío, para el viento fuerte y cálido, para la falta de agua y para el exceso, para el día y para la noche, para cada estación del año…siempre atento a lo que sucedía, siempre cambiando según lo que pasaba a su alrededor para protegerse, lo cual resultaba extraño en un árbol tan poderoso y longevo como el Feroe. Como en lugar de crecer confiando en su propia fuerza y sabiduría había crecido esquivando peligros reales o imaginarios, sus ramas miedosas habían crecido retorcidas, cambiando de dirección continuamente. Algunas parecían tirabuzones, otras parecían un relámpago, otras parecían rotas y desgarbadas. Y cuanto más intentaba el árbol prevenir los peligros, más en peligro estaba, pues sus extrañas ramas se rompían con facilidad con las tormentas, y eso aumentaba más y más su miedo a ser atacado por los elementos y morir. Y cuanto más cambiaba su crecimiento para protegerse de las cosas, más frágil y vulnerable era y más fácilmente sufría daños cuando cambiaba el tiempo, y más miedo tenia, y más raro crecía…y no sólo en su tronco y ramas se veían los efectos de su miedo causando enfermedades, sino que también en sus raíces que crecían buscando agua y a veces huyendo del exceso de agua, a veces buscando minerales y a veces huyendo de ellos, habían creado un complicado ovillo que se adentraba en la tierra buscando la paz, y creando un espacio entre sus raíces donde cobijaba la casita de un gnomo.

No era un gnomo cualquiera, era El Gnomo Consejero. Se llamaba Tranpiquilarla, pero como todos los gnomos tenían un mote por el que eran conocido, el suyo, era el mismo que el de su padre y su abuelo y su bisabuelo y seguramente desde mucho más atrás, le llamaban “Portodo”. Su familia había convertido un modo de ser, en un oficio, desde siempre, su familia habían sido gnomos que se cuidaban del bienestar de todos, siempre atentos a lo que necesitaban todos los seres del bosque, y sobretodo se preocupaban por todo lo que ocurría entre los gnomos. Debían estar al corriente de todo lo que acontecía en casa de todos los gnomos del bosque, preocuparse por ellos, mediar en los conflictos, aconsejar a todos sobre como hacer las cosas. Era un trabajo muy duro, sin descanso, siempre pendiente de todos, siempre imaginando soluciones para todo. Hacía muchas generaciones que esta responsabilidad pesaba sobre la familia de los Portodo.
De hecho era un cargo inventado, ya que en realidad los gnomos no le pedían que hiciera tantas cosas por ellos, pero por honrar la memoria de su padre, de su abuelo, etc. cada generación lo hacía, de hecho ya no sabían no hacerlo. De hecho, ya ni sabían cuando empezaron a hacerlo, sólo el viejo olivo de la colina lo sabía, con sus tres mil años y su infinita sabiduría, había observado a los gnomos y su historia a lo largo de los siglos.

Portodo, vivía tan ocupado por su labor de proteger a todos, que su cuerpo no pudo más y enfermó. Vinieron médicos y magos de todo el bosque: el búho, el viejo gnomo Arcadel, Fensar, la tortuga gigante, incluso Emara, la ninfa de las aguas, que curaba cantando antiguas canciones. Nada funcionó, Portodo empeoraba más y más. Tan mal lo vieron, que se atrevieron a pedir ayuda al espíritu del Haya Muerta. Se trataba de un viejo espíritu del bosque, que habitó una haya durante miles de años hasta que el haya murió y su energía se liberó por todo el bosque.

Hicieron la ceremonia para invocar al gran espíritu, en el claro del bosque, a media noche. Asistieron todos, gnomos, animales, hasta la oruga amarilla salió de su árbol para verlo, ninfas, espíritus del bosque, elfos, incluso una viejísima fánfara que nadie de los presentes había visto jamás. Hacía siglos que no se invocaba al gran espíritu, era un acontecimiento único. Pero la vida de Portodo merecía eso y mucho más.

Empezó la ceremonia con un solemne tambor , pum pum, pum pum, tocado por la fánfara con una de sus trece garras, para asombro de todos. Se unieron todos los que tocaban algún instrumento de percusión, otros simplemente golpeaban rítmicamente troncos y piedras, todos tocando al unísono, pum pum, pum pum, y entonces la lechuza empezó a volar en círculos sobre la fánfara mientras el gnomo más viejo, al que apodaban Pemupe, dijo en voz alta las palabras sagradas para invocar al gran espíritu del Haya Muerta. Tras casi una hora de invocación, el gran espíritu se hizo presente como un ovillo de humo verde en el centro del claro y de él salieron unas palabras con una voz profunda y tierna, paternal y protectora que dijo: el olivo milenario conoce todo lo necesario para curar a Portodo. Mañana al alba preguntadle a él, yo estaré allí guiándolo.


Todos estaban en silencio, con un profundo respeto y como si algo ya hubiera cambiado.

A la mañana siguiente, todos se reunieron entorno al olivo milenario y Portodo, se sentó ante él en respetuoso silencio.
En tu sabiduría pongo mi esperanza, viejo olivo, el Gran Espíritu y tú sois los únicos capaces de sanarme. Gracias.
El silencio de la mañana fue sorprendido por la una voz de anciano que provenía de los huecos de la retorcida y cuarteada corteza del olivo: yo sólo sé como empezó todo, el Gran Espíritu hará la magia sanadora, yo sólo le acompañaré hasta el lugar preciso donde hacerla. Y empezó a contar la historia de los ancestros de Portodo, no apenas llevando palabras, sino sobretodo llevando sentimientos y emociones:
“Portodo aprendió eso de su padre y su padre, del suyo y así hasta nueve generaciones hasta llegar a Gondo, con quién empezó todo. Gondo siendo aún un niño vio como su padre tuvo un gran problema por no haber estado atento a lo que podía suceder. Gondo, sin darse cuenta se mantuvo atento a todo toda la vida por lo que pudiera suceder. Se perdió muchas cosas buenas de la vida por estar siempre con ese miedo y lo peor, su hijo aprendió de él ese miedo, y su nieto y todos hasta llegar a Portodo. “



Portodo escuchaba atentamente la historia de su familia, cuando el Gran Espíritu intervino y le preguntó al olivo:
-¿ha sido bueno para todos ellos vivir así?
-No, han sufrido mucho.-respondió el Olivo mientras Portodo asentía con la cabeza.
-¿han podido evitar todos los peligros suyos y de los demás?
-No, las cosas han pasado como debían pasar.
-Muy bién, -dijo el Gran Espíritu- vamos a arreglar todo eso. Portodo, mándale toda esa información a Gondo cuando era un niño, eso es, envíale también la tranquilidad de saber que todo saldrá bién, tu eres la prueba de ello muchos siglos más tarde. ¿Como está ahora Gondo?
-Tranquilo y feliz, ya no tiene miedo.-respondió Portodo.
-Bién dijo el Gran espíritu del Haya, ahora cierra los ojos y deja que esa tranquilidad del niño Gondo le acompañe toda su vida y la transmita a su hijo, y éste a su hijo y así hasta llegar hasta ti, cambiando toda la historia de tu familia y la tuya propia con esta nueva sensación de tranquilidad y seguridad, disfrutando de la vida a cada momento, hasta integrar todos esos cambios en ti y enviarlos hacia tu futuro y el de las siguientes generaciones.

En ese momento, una suave brisa salió del bosque transformándolo todo, los vientos del cambio auguró la fánfara… y así fue… Portodo se durmió en un profundo sueño de renovación hecho un ovillo a los pies del olivo y empezó a soñar con un humana que se esforzaba por cultivar una orquídea tropical.

Era un mujer ya de cierta edad, a la que todos llamaban Teta, ya pocos sabían su verdadero nombre. Su mayor pasión eran sus plantas. Tenía un viejo invernadero lleno de maravillas vegetales. Cierto día, su nieta le regaló un orquídea tropical muy especial, jamás había visto nada igual. Sus flores, olían como el chocolate y eran de un azul claro maravilloso. Era como una larga ristra de esas maravillas saliendo de unas carnosas hojas verdes jaspeadas de bronce. La Teta estaba emocionada con su nueva adquisición, la puso en el mejor lugar del invernadero hasta que sus flores se marchitaron. Luego la trasladó a un lugar tranquilo para que se recuperase de la floración y puso en su lugar a otra que estaba en flor, con unas maravillosas flores amarillas con pétalos de bordes rizados.


La orquídea azul, que era muy presumida se sintió muy mal por verse arrinconada y desplazada por otra. De pura tristeza empezó a marchitarse, sus hojas estaban perdiendo brillo y turgencia.
Teta estaba preocupada y empezó a dedicarle más tiempo, la regaba con agua de lluvia, le proporcionaba abono especial para especies delicadas, la cambiaba de sitio…
La orquídea azul se sentía amada y feliz, pero enferma. En una ocasión mejoró mucho y la Teta la devolvió a su rincón tranquilo y ella, enfermó de nuevo, esta vez incluso peor. Teta, estaba desesperada, ya no sabia que más hacer por ella, incluso pensó si valía la pena cuidar tanto a una orquídea tan delicada, así que empezó a dedicarse más a otras plantas y esta vez sí, quedó olvidada en su rincón. Pasado un tiempo, el rincón tranquilo, hizo su efecto y la orquídea se fortaleció y floreció de nuevo, destacando una vez más por su belleza y su aroma. Teta la puso de nuevo en el centro del invernadero. La orquídea azul, sana y fuerte, presidía el invernadero y el corazón de la Teta latía por ella feliz y orgullosa.

Portodo despertó de su sueño, lleno de energía, era libre de vivir, de manejar la incertidumbre como un juego más que hace la vida interesante. Cada día, una nueva aventura por vivir, cada ser vivo, una maravilla por descubrir. Honró a todos sus antepasados y se liberó de la pesada carga, para poder volar con sus propias alas.
De vuelta a su árbol, disfrutando de las maravillas del camino, lo que fueron peligros, ahora los veía como fascinantes curiosidades, donde sentía miedo, ahora sentía sorpresa, y con esos nuevos ojos miró al árbol Feroe de su casa y decidió ayudarle a crecer de un modo más simple y confiado, gozando de la vida a cada instante.

Cogió su sierra y cortó todas las ramas muertas o enmarañadas para que el árbol pudiera tener la oportunidad de crecer fuerte y sano por fin. Feroe comprendió lo que pasaba y se emocionó al ver que todo podía cambiar y sus viejas ramas podían crecer fuertes y rectas par soportar cualquier lluvia, viento, sequía o lo que fuera. Ahora podía hacer un cambio profundo y crecer de acuerdo con su verdadera naturaleza, porque los Feroe eran árboles legendarios por su fuerza y resistencia, cuando crecen a su manera, claro.
El Feroe brotó con tanta fuerza que sus hojas llenas de nutrientes alimentaron a la oruga amarilla que creció en tan solo tres días hasta hacer su crisálida.

La crisálida acariciada por el viento se abrió, y dejó ver la verdadera naturaleza de la oruga amarilla. Una bella mariposa desplegó sus alas de infinitos colores brillantes ante la fascinada mirada del gnomo y de su árbol y supo por fin que era valiosa, independiente de su aspecto, que siempre había sido única y bienvenida a este mundo y que su presencia era importante para todos. Se alejó volando para descubrir el mundo entero. La vimos volar hasta el horizonte, ligera como el viento, libre como el viento, el viento del cambio.


Jordi Reviriego.

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