Paul Beatriz Preciado, (Burgos, 1970) es un filósofo transgénero feminista, y comisario de arte, destacado por sus aportes a la Teoría Queer y la filosofía del género.
Nos dispara un texto claro e implacable, doloroso y sanador, catártico y provocador.
Os invito a leerlo despacio, tomando aire, pensando y cuestionando.
Este artículo, junto con muchos otros publicados en diferentes medios, está recogido en su último libro Un apartamento en Urano -Crónicas del cruce.Anagrama, 2019, de recomendada lectura, eso sí, para personas con ganas de pensar.
Seguro que vuestros comentarios y aportaciones serán más potentes que el mismo texto.
La Bala
La homosexualidad es un francotirador silencioso que pone una bala en el corazón de los niños que juegan en los patios,sin importarles si son niños de pijos o de progres, de agnósticos o de católicos integristas, no le falla la puntería ni en los colegios de zonas altas ni en los de las zonas de educación prioritaria. Tira con la misma pericia en las calles de Chicago que en los pueblos de Italia o en las barriadas de Johannesburgo. La homosexualidad es un francotirador ciego como el amor, generoso como la risa, tolerante y cariñoso como un perro. Cuando se cansa de disparar a los niños,tira una ráfaga de balas perdidas que van a alojarse en los corazones de una campesina,de un conductor de taxi,de un paseante de parques…La última bala alcanzó a una mujer de ochenta años mientras dormía.
La transexualidad es un francotirador silencioso que dispara directo al corazón de los niños que se miran al espejo, o aquellos que cuentan los pasos mientras caminan. No sabe si nacieron de una PMA(Procreación Médicamente Asistida) o de un matrimonio romano. No le importa si vienen de familias monoparentales o si papá vestía de azul y mamá de rosa. Ni el frío de Sochi ni el calor de Cartagena de Indias le hacen temblar. Abre fuego por igual en Israel que en Palestina. La transexualidad es un francotirador ciego como la risa, generoso como el amor, cariñoso y tolerante como una perra. De cuando en cuando dispara sobre un profesor de provincias o sobre una madre de familia, et boom.
Para los que tienen la valentía de mirar la herida de frente, la bala se convierte en una llave maestra que abre una puerta hacia un mundo que nunca antes habían visto. Caen todos los velos, la matriz se descompone. Pero algunos de los que llevan una bala en el pecho deciden vivir como si no la llevaran dentro. Hay quien ha muerto por llevar la bala.
Otros compensan el peso de la bala con grandes gestos de donjuanes o de princesas. Hay médicos e iglesias que prometen extirpar la bala. Dicen que en Ecuador cada día abre una nueva clínica evangelista para reeducar homosexuales y transexuales. Los rayos de la fe se confunden con descargas de electricidad. Pero nadie ha logrado nunca extirpar una bala. Se puede enterrar más profunda en el pecho, pero no extirpar. Tu bala es como tu ángel de la guarda, siempre estará contigo.
Yo tenía tres años cuando sentí por primera vez el peso de la bala. Sentí que la llevaba cuando escuché a mi padre tratar de sucias tortilleras a dos chicas extranjeras que caminaban de la mano por el pueblo. Sentí en ese momento que el pecho me ardía. Esa noche, sin saber porqué, imaginé por primera vez, que me escapaba del pueblo para ir a un lugar extranjero. Los días que vinieron después fueron los días del miedo, de la vergüenza.
No es difícil imaginar que entre los adultos que marchan en la manifestación de Hazte Oír hay algunos que llevan, enquistada en el pecho, una bala ardiendo.Tampoco es difícil saber por deducción estadística, conociendo la buena puntería de nuestros francotiradores, que habrá entre sus hijos algunos niños que crecerán con la bala en el corazón.
Cuando veo avanzar a las familias de las manifestaciones neoconservadoras con sus hijos,no puedo evitar pensar que entre esos niños hay algunos de tres, cinco, quien sabe, apenas ocho años, que llevan ya una bala ardiendo en el pecho.
Sostienen banderas que dicen “pas touche à nos stereotypes de genre”, “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen”, que alguien les ha puesto entre las manos. Pero ellos saben que no podrán estar a la altura del esteriotipo.
Sus padres gritan para que las niñas lesbianas, los niños maricas y los niñes trans no vayan al colegio, pero ellos saben que llevan la bala dentro. Por la noche, como cuando yo era un niño, se van a la cama con la vergüenza de decepcionar a sus padres, con miedo quizás de que sus padres les abandonen o que deseen su muerte. Y sueñan, como yo cuando era un niño,que huyen hacia un lugar extranjero, o a un planeta lejano, donde los niños de la bala pueden vivir. Yo os hablo a vosotros, los niños de la bala, y os digo: la vida es maravillosa,os esperamos aquí, todos los caídos, los amantes del pecho agujereado. No estáis solos.
París, 15 de febrero de 2014.